IDEAS EN DEBATE
La crisis ambiental en tiempos de inflexión: ni un paso atrás
En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, Paula Reinoso, becaria posdoctoral del IDEJUS (CONICET-UNC), aporta una mirada política a la problemática ambiental e invita a la reflexión.
Desde el año 1972, hace ya medio siglo, cada 5 de junio se “celebra” el día Mundial del Medio Ambiente, fecha dispuesta por la Asamblea General de Naciones Unidas en el marco de la primera conferencia internacional sobre asuntos medioambientales -conocida como Conferencia de Estocolmo-. Claro que “celebrar” es un término poco feliz en un contexto de crisis civilizatoria y en un escenario político donde se incrementan los discursos que niegan el cambio climático a nivel global, aún desde las propias esferas del gobierno nacional.
Hablar de crisis civilizatoria refiere no solo a la profunda crisis ambiental que el planeta está transitando, sino que, además, ve al fenómeno como un proceso mucho más amplio, sistémico, multiforme y multidimensional y que no se puede pensar por fuera del sistema capitalista. Un sistema que pone al hombre como centro de todo, que es patriarcal, colonial, racista y clasista, expone con crudeza sus propias contradicciones puesto que los avances tecnológicos y de conocimiento generados para la acumulación capitalista, lejos de ofrecer respuestas a la crisis, la aceleran. Estos desarrollos no persiguen la sostenibilidad y reproducen desigualdades sociales, ya que, mientras los países y sectores más ricos contribuyen mayormente a la crisis, sus impactos recaen fundamentalmente en aquellos que son más vulnerados y que tienen menor responsabilidad y capacidad de mitigar sus efectos. Aquí, lo que está en riesgo son los medios que hacen posible la vida humana y no humana: el agua que tomamos, la tierra que habitamos, el aire que respiramos, el alimento que producimos y todo aquello que, en definitiva, nos permite la subsistencia, la reproducción de la vida y la persistencia de los pueblos.
A pesar de que el calentamiento global ha permeado más fuertemente las agendas públicas internacionales y es el fenómeno que más visibilidad tiene, por sí solo no da cuenta de las múltiples dimensiones de la crisis ambiental. De manera más integral y haciendo referencia a la dimensión política de la que hablábamos antes, preferimos llamarle ecocidio, concepto que nace de algunos debates en el seno del Derecho Internacional y la Ecología, pero luego se expande y penetra el lenguaje común de los colectivos en lucha. Esta expresión permite dar cuenta de la magnitud del daño ambiental y las responsabilidades penales de los gobiernos y de las grandes empresas que intervienen en los territorios con políticas de despojos y extractivistas.
Ahora bien, decíamos también que de Estocolmo a esta parte, cuando parecía que los gobiernos de occidente se encaminaban a buscar soluciones, al menos en términos discursivos o superficiales, a dichas contradicciones (ejemplos de ello encontramos en la Cumbre para la Tierra en 1992; el Protocolo de Kyoto, 1995; el Acuerdo de París de 2015; entre otros) y se comprometían con determinados objetivos climáticos, comenzó a expandirse y a ponerse en agenda un conjunto de ideas que se identifican como “negacionistas” de la crisis ambiental. Éstas ponen en tela de juicio, de máxima, la existencia misma de la crisis como tal; y de mínima, refutan la afirmación respecto de que la acción del ser humano tenga injerencia en los daños ecológicos.
Por el contrario, estos discursos sostienen que el “cambio climático” es parte de un ciclo “natural” de temperaturas. Así lo manifestaba, por ejemplo, el presidente Javier Milei en el debate presidencial en octubre de 2023 al esgrimir que “hay un comportamiento cíclico y este es el quinto punto del ciclo. La diferencia con los cuatro anteriores es que antes no estaba el ser humano y ahora sí está el ser humano”, por lo que entiende que “todas esas políticas que culpan al ser humano del cambio climático son falsas y lo único que buscan es recaudar fondos para financiar vagos socialistas.
Unos meses más tarde, en Davos, ante el Foro Económico Mundial (2024) y ya siendo presidente, Milei volvió a manifestarse sobre el tema aduciendo que “son los socialistas” quienes plantean que “los seres humanos dañamos el planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por mecanismos de control poblacional o en la agenda sangrienta del aborto”, apuntando también contra los feminismos y, particularmente, sobre las personas gestantes y su derecho a decidir. Sin embargo, el presidente argentino no ha sido el único referente de la ultraderecha en manifestarse en este sentido: también lo hicieron anteriormente Donald Trump al respecto de los incendios en California en el 2020; Jair Bolsonaro, quien durante su presidencia negó los incendios en la Amazonía; y Santiago Abascal, presidente del partido VOX en España; entre otros.
Conspiración vs. Ciencia
Estos discursos son negacionistas ya que “niegan” de manera sistemática hechos y consensos construidos y respaldados por la evidencia histórica o científica y buscan influir en la opinión pública en favor de ciertos intereses. El último informe del IPCC (organismo creado por las Naciones Unidas en 1988) es un buen ejemplo de este tipo de investigaciones y sostiene, sin lugar a dudas, que las actividades humanas -y principalmente las emisiones de gases de efecto invernadero- son el principal motivo del cambio climático. Estas emisiones, explica el mismo informe, han aumentado en la última década a raíz de desiguales contribuciones locales, regionales y entre grupos sociales, que surgen del uso insostenible de la energía, de los modos de acceso y uso de la tierra, de los patrones de consumo y de producción.
En nuestro país, en este mismo sentido se ha manifestado el Servicio Meteorológico Nacional en un informe de 2020 donde se sostiene que las actividades antropogénicas (es decir, resultantes de la intervención humana) vienen alterando el ciclo natural: en efecto, hasta ese año el nivel de concentración mundial de CO2 presente en la atmósfera representaba un 149% de aumento desde los niveles previos a la revolución industrial o a la industrialización de las sociedades.
Particularmente en Argentina la crisis ambiental ha tomado protagonismo en la agenda pública a raíz de devastadores incendios, de la contaminación por agrotóxicos en zonas rurales, de la contaminación por basurales a cielo abierto, del desmonte, de la minería a cielo abierto, del daño en las cuencas hídricas, entre otras. Todas estas problemáticas han sido objeto de estudio en muchas investigaciones y han generado movimientos sociales a lo largo y ancho del país que impugnan los proyectos de maldesarrollo y que intentan construir formas de vida más “vivibles”.
Hoy el litio, “el nuevo oro blanco”, está en el ojo de la tormenta por encontrarse en nuestro país una de las mayores reservas mundiales (integra el triángulo del litio junto con Bolivia y Chile) y la disputa por este mineral se materializa en el despojo real o potencial de muchas comunidades indígenas de sus territorios. Durante el año 2023 la gran gesta indígena en Jujuy en contra de la reforma constitucional de la provincia fue, en esencia, una resistencia al extractivismo. El proceso constituyente puso en evidencia el riesgo y la vulnerabilidad de los territorios y alertó sobre el inminente despojo que implicaría la explotación del litio en zonas habitadas por las comunidades que, parafraseando, “las condenaría la muerte”. La movilización de las comunidades indígenas en defensa de sus territorios, que tiene una larga historia de resistencia, no se hizo esperar. La represión estatal, tampoco.
De la celebración a la reflexión
Con todo ello, en este día más que celebrar, llamamos a la reflexión y a la inquietud de pensar la crisis ambiental en el marco de una crisis más amplia que solo puede conducirnos a mundos cada vez más desiguales y muy lejos de la libertad que se pregona; donde las grandes corporaciones, empresas mineras, terratenientes, entre otras, sigan acumulando ganancias a costa de sacrificar los territorios de los pueblos, de rifar nuestros bienes comunes al mejor postor. En este sentido, las luchas por el buen vivir y el concepto de territorio de los pueblos como un espacio de vida (“somos parte del territorio”) han dado algunas pistas a los movimientos sociales y ambientales para construir una matriz que sirva a un nuevo patrón civilizatorio.
Los discursos negacionistas atrasan y los intentos -aún siendo genuinos- de la economía circular propuestos por la Agenda 2030, no son suficientes si no son pensados desde y con los pueblos que habitan los territorios. Chico Mendes (luchador brasilero) decía que no se puede pensar la defensa de los bosques sin la gente del bosque. Del mismo modo, no se puede pensar la defensa ambiental sin entenderla como una lucha territorial; y, en ese sentido, la lucha de los colectivos ambientales no tiene cómo separarse de la de los pueblos indígenas y tampoco de los feminismos, de la lucha de los sectores populares urbanos o de las familias campesinas que son permanentemente desplazadas de sus tierras. Nos toca un desafío aquí y ahora para pensar en un pasado-presente-futuro que sea realmente sostenible en términos de posibilidad de vida.
*Por Paula Reinoso
Es Becaria Posdoctoral del Instituto de Estudios sobre Derecho, Justicia y Sociedad (IDEJUS, CONICET-UNC). Es Licenciada en Ciencia Política, Doctora en Estudios Sociales Agrarios (UNC). Docente titular de Escritura Argumentativa y Jefa de Trabajos Prácticos en Epistemología de las Ciencias Sociales en la Universidad Católica de Córdoba. Es profesora invitada en la Academia de Investigación de la Licenciatura en Derecho de la Universidad Ibero-Torreón (México). Realiza docencia y asesoría en el Centro de Perfeccionamiento “Ricardo C. Núñez”, del Poder Judicial de Córdoba. Es integrante del colectivo de Investigación el Llano en Llamas y de la Fundación El Llano- CEPSAL (Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina).