IDEAS EN DEBATE

Día del medioambiente: futuro y presente en disputa

Más de 50 años pasaron desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, realizada en Estocolmo en 1972. El mundo ha cambiado radicalmente desde entonces y, sin embargo, persisten algunos rasgos de ese periodo que, Paula Ávila Castro (becaria posdoctoral del IDEJUS) busca recuperar, criticar y poner en tensión con los nuevos desafíos en materia ambiental, en esta nueva edición de Ideas en Debate.


Desmonte Chaco - Foto: Greenpeace

* Por María Paula Ávlia Castro

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, realizada en Estocolmo en 1972, marcó un antes y un después en la política global en torno a la problemática ambiental. Hoy, a más de cinco décadas de este hecho histórico y en una nueva celebración de la efemérides que conmemora el Día Mundial del Ambiente, podemos asegurar que la perspectiva antropocéntrica y ecocrática del desarrollo sustentable que se inauguró en aquella época, tiene vigencia y relevancia en este contexto, en el cual la degradación ecológica sigue avanzando.

Según las Naciones Unidas (2025), la extracción de recursos naturales creció más del triple desde 1970, con un incremento del 45% en el uso de combustibles fósiles. Desde 1970, a su vez, las emisiones de CO2 aumentaron notoriamente y 2024 fue el año más cálido en los 175 años de registros observacionales de la Organización Meteorológica Mundial (WMO, 2024).

Ante este panorama, existen numerosos actores protagonizando procesos de resistencia ambiental desde los territorios indígenas y campesinos de diversos rincones del Sur global. Y en estas luchas, se van muchas vidas merced a la profundización de la represión que sus defensores y activistas vienen sufriendo en las últimas décadas. Según un informe de Global Witness (2024), en 2023 un total de 196 personas defensoras de la tierra y el medioambiente murieron asesinadas por esta causa. En América Latina se produjo el 85% de los asesinatos, al tiempo que, de las personas asesinadas, el 43 % eran indígenas y el 12 % mujeres.

Con la efemérides de excusa y este contexto de trasfondo, cabe preguntarnos ¿qué nos trajo hasta acá?, ¿por qué las acciones globales que se vienen llevando a cabo no tuvieron los resultados que podrían esperarse?, ¿cuáles es el trasfondo político, económico e ideológico de esta problemática y de las maneras en las que se la viene abordando hasta el momento?

 

Un poco de historia

La historia ambiental señala que en la década de 1970 se produjo un quiebre en relación con las problemáticas ecológicas. Si bien ya existían científicos, intelectuales y asociaciones de personas preocupadas por la temática, luego de la segunda guerra mundial los efectos ambientales del desarrollo industrial globalizado se hicieron cada vez más graves y visibles.
Hacia fines de los años sesenta un conjunto nutrido de movimientos ecologistas ganaban notoriedad en la opinión pública, a partir de una ecología política inspirada por el mayo francés, cargada de un componente crítico y radical en contra de la voracidad ilimitada que guiaba el avance del capitalismo sobre los bienes naturales. Este ecologismo se vinculaba con otras corrientes: pacifista, antisistema, poscolonial, antirracista y feminista de la época.

Frente a esto, la respuesta internacional que comenzó con la Conferencia de Estocolmo, tuvo como objetivo elaborar una nueva tematización de los problemas ecológicos en la que pudieran convivir parte de esos reclamos socioambientales que pedían “crecimiento cero” para detener el extractivismo, con el desarrollo capitalista y su reclamo por el “derecho al crecimiento”. O más claramente, la noción de medio ambiente llegó a la agenda internacional para establecer una perspectiva atenuada del radicalismo ecologista del momento.

Esto cobró empuje pocos años después, cuando se publicó el Informe Brundtland de 1987 para las Naciones Unidas, un documento muy difundido que tuvo una importancia sustancial para resolver los debates y unificar la denominación de la cuestión ambiental alrededor de la categoría de “desarrollo sustentable”. Se trata de un desarrollo que “satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones”. Un aspecto fundante de este nuevo concepto fue la adopción de una mirada antropocéntrica del cuidado de la naturaleza, en cuanto consideró a los bienes naturales, no como un fin en sí mismos, sino como un medio para el desarrollo económico.

En las décadas siguientes la perspectiva del desarrollo sustentable fue cada vez más valorizada en el marco de las Naciones Unidas y al interior de los Estados. En muchos casos, como en Argentina, la palabra sustentabilidad (o sostenibilidad) comenzó a nombrar leyes, políticas, dependencias, prácticas corporativas, productos, instituciones de la sociedad civil, etc. Un efecto de este proceso es que se desplegó un discurso “ecocrático” que no pretendía discutir o dudar del productivismo competitivo que está en la raíz de la crisis ecológica del planeta, sino pensar a la política ambiental en términos de instrumentos de gestión para mejorar la eficiencia en el manejo de los recursos naturales.

Es decir, a parttir de este momento, se buscó generar soluciones técnicas para intervenir de manera más racional sobre la naturaleza, sin que por ello se transforme el sistema económico capitalista como tal o se cuestionen algunas de sus prácticas y principios fundamentales. La ecocracia supone reformas de maquillaje que atenúan algunos efectos nocivos, pero no modifica los patrones de producción, circulación y consumo de bienes que están entre las causas estructurales de los problemas ambientales.

A su vez, durante la década de 1980 entró en escena la preocupación por el calentamiento global, la cual, aunque introdujo la noción de “crisis” y argumentó sobre la indudable responsabilidad humana por el deterioro ambiental, nos muestra una gran paradoja del presente. Su tratamiento no propició una gestión más dura contra el desarrollo industrial, donde las políticas de control y sanción sobre todo en emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se profundizaran. Por el contrario, el espíritu ecocrático se fortaleció y se consolidó un capitalismo verde que generó más mercantilización de los bienes comunes y un nuevo proceso de financiarización de la naturaleza.

Lejos de alejar a los bienes naturales de la intervención del mercado, de proteger y conservar a los ecosistemas por sus valores ecológicos intrínsecos y de establecer nuevas formas de relacionamiento con la naturaleza; sigue vigente una valoración económica de los recursos naturales que los considera meras mercancías y activos para inversiones financieras sumamente especulativas. El despliegue de mercados internacionales de créditos de carbono es una clara muestra de ello, no sólo porque permiten que el Norte global continúe contaminando mientras se conservan ecosistemas en otros territorios, sino porque hace de las selvas y los bosques, por ejemplo, bienes en los que invertir para vender derechos de emisiones de GEI a nivel internacional.

 

Un presente complejo y un futuro en disputa

Parece complicado hacerle frente a esta situación de colapso ambiental y violencia contra las personas, los bienes naturales y los territorios, ya que requeriría de cambios de paradigma y políticas profundas que transformen pautas y modelos de producción y de consumo; difícilmente posibles y pensables desde la perspectiva del desarrollo sustentable. Problemas como la crisis climática, la transición energética y los discursos negacionistas del calentamiento global que se divulgan en la actualidad con mayor fuerza, demandan una mirada renovada de la situación, con diagnósticos críticos y propuestas radicales que imaginen nuevos nombres y verdaderas transformaciones.

Si la política ambientalista que se inauguró en la década de los setenta se preocupaba por pensar soluciones “para las generaciones futuras”, cincuenta años más tarde nos encontramos preguntando si en efecto “habrá generaciones futuras”. Desde esta transformación tan acelerada de las condiciones históricas de problematización de la cuestión ecológica, es indispensable apostar por nuevas cosmovisiones y perspectivas sobre el ambiente.

 


Referencias
* Global Witness (2024) Voces silenciadas. La violencia contra las personas defensoras de la tierra y el medioambiente. Reino Unido: Global Witness.
* Naciones Unidas (2025) Actúa ahora. Datos y cifras.
* World Meteorological Organization - WMO (2024) State of the Global Climate. Geneva: WMO. https://library.wmo.int/es/records/item/69455-state-of-the-global-climate-2024

De nacionalidad argentina, es doctora en Administración y Políticas Públicas por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), magíster en Sociología (UNC) y licenciada en Ciencia Política por la Universidad Católica de Córdoba (UCC). Se desempeña como docente titular de Sociología en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UCC). Desde 2022 es becaria posdoctoral del CONICET, radicada en el IDEJUS (UNC-CONICET). Integra diversos proyectos de investigación radicados en la UCC y UNC, como parte del equipo de investigación “El llano en llamas”. Es editora responsable de la revista Crítica y Resistencias. Forma parte de la Comunidad Científica de Paravachasca, de la Red de Bosques, Política y Territorio y de la Red de Politólogas #NoSinMujeres. Su principal línea de investigación ha versado sobre el análisis de discurso de la protección ambiental de los bosques nativos. En este momento, estudia el despliegue de nuevos procesos de resistencia socioambiental en Córdoba, así como la emergencia de instrumentos de mercado de la gobernanza ambiental.